[This article was originally written by Bassam Haddad and published by Jadaliyya in English and Arabic. It was translated into Spanish by Sinfo Fernández and published by Rebelión.]
Revisando de nuevo la situación en Siria: Dos años errando
Si tuviera un dólar por cada vez que alguien ha escrito acerca de la “partida final” en Siria a lo largo de los últimos dieciocho meses…
Casi dos años de levantamiento sirio y los analistas siguen esbozando potenciales escenarios. Sobre el terreno, la mayor parte de los sirios están en estos momentos más preocupados por su seguridad personal que por cualquier otro aspecto. Las métricas parecen cambiar continuamente, obligando a los actores políticos, electorados y observadores a realizar nuevos cálculos. ¿Es que el caso sirio es incomprensible? ¿O es que muchos se apresuraron a hacer juicios de valor antes de considerar el espectro completo de posibilidades y contingencias asociadas con el terreno sirio a nivel político, social, económico, regional, global e ideológico? Estamos todos implicados a diversos niveles tanto en las equivocaciones como en las nuevas valoraciones que hacemos.
A principios de marzo de 2011, pocas semanas antes de que el levantamiento sirio se pusiera en marcha, escribí un artículo corto en el Arab Reform Bulletin de Carnegie (“Why Syria is Unlikely to be Next… For Now”), sugiriendo a los observadores que “no contuvieran la respiración” por la caída del régimen sirio. Aunque no pretendo entender Siria a la perfección, hice hincapié en unos cuantos factores que merecen reiterarse y por los que, además, tanto detractores como seguidores del régimen consideraron que me estaba yendo por los cerros de Úbeda (que no voy a ponerme a citar a estas alturas). Esos factores incluían la heterogeneidad de la sociedad siria, que podría socavar la acción colectiva entre la oposición; la cohesión del régimen sirio, que impediría escenarios tipo Túnez o Egipto, con una rápida salida del Presidente como solución; las densas relaciones estado-sociedad en Siria, que impedirían un aislamiento social tipo Libia respecto a los altos dirigentes; y la importancia de la posición antiimperialista regional de Siria, que refuerza al régimen a nivel externo, así como la irrelevancia final de tal posición ante la potencial protesta interna.
Es cierto que cubrí mis apuestas analíticas afirmando que era improbable un levantamiento masivo que fuera automático o ad hoc “salvo que se produjera un acontecimiento extraordinario como, por ejemplo, una reacción excesivamente violenta del régimen ante una manifestación u otro incidente” que pudiera llevar a las personas a cambiar de actitud. La brutal reacción sin sentido del régimen, aunque por desgracia habitual, ante los niños que escribieron eslóganes contra el régimen en los muros de su colegio en Daraa, provocó ese cambio en las actitudes, sacando a los manifestantes a las calles a pesar de los riesgos que ello implicaba (uno casi tenía que estar medio loco para protestar contra el régimen en Siria antes de marzo de 2011). La continuada violencia e indiscriminada represión de las protestas desde los primeros momentos consiguió que dichas protestas se extendieran a las ciudades no metropolitanas, abriendo la puerta a la miríada de actores externos contrarios al régimen que finalmente presentaron sus ofertas en Siria. Desde entonces, los acontecimientos en Siria, y los análisis sobre el país parecían la película de Bill Murray “Atrapado en el tiempo”, excepto en lo relativo a la sangre y a la miseria.
Todo esto exige que hagamos una pausa a la hora de hacer afirmaciones acerca del levantamiento sirio. Cualquier referencia a la “partida final” o cualquier afirmación que incluya escenarios binarios y claros reflejan una comprensión deficiente del conflicto. Por la misma razón, las narrativas que purifican la “revolución”, o reducen el conflicto únicamente a una conspiración, han perdido sencillamente el contacto con la realidad sobre el terreno. El mejor camino es el que fluye de los factores más mundanos, con especial atención a los legados históricos internos, las relaciones sociedad-estado y las rivalidades regionales/internacionales de la lucha para poder ocupar la primera línea.
No se trata sólo de Siria
Ya no es un misterio que el levantamiento sirio se convirtió rápidamente en mucho más que en eso. Está enredado en las contradicciones y conflictos de la región y en los sutiles, aunque reales, juegos internacionales de poder. En estos momentos, el levantamiento sirio incluye y enfrenta un número de conflictos y cuestiones que tienen profunda trascendencia regional y alguna internacional. Abarca el conflicto árabe-israelí; la cuestión de la resistencia ante el imperialismo en general; la cuestión de Hizbollah (un tema en sí mismo); la lucha por el equilibrio de poderes entre Irán, Siria y Hizbollah, por un lado, y Arabia Saudí, Qatar y los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), por otro; la tensión entre sunníes y chiíes (casi siempre exacerbada instrumentalmente por actores políticos); y, por último, el levantamiento sirio en su dimensión islamista(s), que se mezcla con otros desarrollos regionales, haciendo que todo lo relativo al islamismo regional tenga que entrar en los cálculos de los diversos actores.
Es también, especialmente, un conflicto al que los actores internacionales están prestando especial atención y en el que están participando a diferentes niveles, aunque sea en las modalidades de avance-retroceso. Entre esos actores se incluyen EEUU, Reino Unido, Francia, Rusia y China. Baste con decir que la mayor parte de esos países están fundamentalmente interesados, a menudo exclusivamente, en las implicaciones de las consecuencias para sus intereses en la región y más allá. La importancia de estas dimensiones se deriva de que demasiados actores poderosos tienen interés en el conflicto y, según se desarrollan las cosas a nivel interno, casi todo el mundo va ajustando su posición, lo cual, a su vez, complica aún más el terreno interno. Por tanto, si uno está algo confundido por los desarrollos en/sobre Siria, significa que está prestando atención.
La primera pauta de discusión es rechazar ciertas pretensiones avanzadas por las diversas partes en el conflicto, además de las de sus partidarios. Por ejemplo, no podemos tomar en serio que el régimen sirio está realmente buscando una solución política que tenga en cuenta la voluntad popular, ni tampoco su proclama de que, desde el principio, la raison d’être del levantamiento es externa. Por la misma razón, no podemos tomar en serio que EEUU está interesado en el bienestar del pueblo sirio o en la democracia en la región. La lista de pretensiones es muy larga y no tiene sentido que las examinemos todas, en la medida en que uno avanza sin tener en cuenta esas asunciones evidentemente injustificadas. Porque si no se rechazan esas pretensiones, no puede tener lugar ninguna discusión seria acerca de las posibilidades y potenciales soluciones/salidas. Este punto podría resulta evidente en sí mismo, pero merece la pena considerar la plétora de informes y análisis que se han derivado de estos puntos de partida. Ninguno ha llegado a parte alguna y la mayoría llevan dos años equivocándose respecto a Siria
El régimen que no va a desaparecer
A pesar de las recientes tendencias analísticas en sentido contrario, hay pocas dudas de que el tiempo no corre a favor del régimen. Cualquiera que sea la valoración de la situación en el campo de batalla, hay algunas crudas verdades acerca de la profundidad de este conflicto que no pueden ignorarse tras dos años de matanza y deterioro. La oposición, con todos sus fragmentos y facciones (que en estos momentos sobrepasan los 200), y el pueblo sirio, cualquiera que sea la distribución de sus lealtades políticas, no van a desaparecer. El régimen, según aparece hoy día, va a desaparecer. Su capacidad y autoridad como Estado para gobernar (la totalidad de) Siria no sólo ha disminuido, sino que se ha atrofiado, y así seguirá ocurriendo, de forma irreversible, a largo plazo. La cuestión es cómo, cuándo, y bajo qué condiciones el actual estado o estatus del régimen se transformará o desvanecerá. Esto no significa que el régimen sea débil o que vaya a caer el mes próximo. En realidad, en las últimas diez semanas parecen haber aumentado sus posibilidades de sobrevivir algún tiempo más.
A pesar de todo el ruido acerca de deserciones y cismas internos, el régimen sirio sigue teniendo mucha coherencia dentro de sus bastiones y puede aún mantenerse al frente, a medio plazo, de una guerra cada vez más brutal aunque no llegue a parte alguna. Tanto las líneas de autoridad como los incentivos para la acción colectiva son claros y están presentes. Es un barco que se hunde y que flota, todo a la vez, y casi todos los hombres fuertes del régimen lo saben. Las razones varían. Aunque la lógica sectaria es un aspecto importante de la explicación, no es la única lógica impulsora, como a muchos les gustaría creer, ni lo fue históricamente. De hecho, el minoritarismo, el laicismo, el temor al islamismo, el antiimperialismo, el legado de la invencibilidad del régimen, la total obsesión con el poder, la inestabilidad regional y la catástrofe (especialmente en Iraq y Líbano) jugaron todos ellos un papel potenciando al régimen a nivel histórico, aunque sólo sirviera para fomentar de forma convincente el argumento del “mal menor”. Y más importante aún, las instituciones que conforman el régimen sirio no han dispuesto de suficiente autonomía para poder organizar ningún desafío interno serio a los dirigentes del régimen.
Poco antes de 1970, Hafez al-Asad se esforzó por construir un liderazgo muy unido y una estructura institucional con garantías inherentes contra desarrollos potencialmente amenazantes. Estas garantías incluían esfuerzos, acuerdos y planes para impedir: a) la autonomía institucional de las diversas agencias estatales; b) el desarrollo de centros de poder alternativos; c) la acumulación importante de poder por parte de cualquier fuerza social, incluidas las vinculadas al Estado (fuerza de trabajo antes de 1986, después fuerza empresarial); y d) la prevención de la transformación de la riqueza económica en poder político. Así fue como Bashar al-Asad heredó un Estado en 2000 que era a la vez feroz (frente a la sociedad) y maleable (desde arriba). Sin embargo, no era ciertamente tan “patrimonial” como muchos analistas asumieron, especialmente antes de la muerte de Asad padre. Pero siempre existió una advertencia institucional.
En conjunto, los altos dirigentes y las diversas agencias y aparatos coercitivos que componen el Estado eran fuertes. Sin embargo, en palabras del valiente y desde hace mucho tiempo abierto disidente Aref Dalila, sin el respaldo de los altos dirigentes, casi todo el resto de hombres fuertes dentro del régimen, junto con las instituciones en las que supuestamente mandaban, eran más bien ineficaces, especialmente en términos de suponer una amenaza para el régimen desde dentro. Contrariamente a las afirmaciones simplistas de que esta fórmula es una fórmula sectaria, uno debe rastrear cómo Asad padre fue capaz de ir tejiendo y manipulando los intereses de grupo, de clase, regionales, comunales y nacionales a través de las dos primeras décadas de su gobierno. Este estado de cosas se consolidó aún más tras el breve período de 1983/84, cuando el hermano de Hafez al-Asad, Rifat, diseñó e intentó dar un golpe en palacio cuando su hermano mayor estaba postrado en cama.
Incluso los hombres fuertes de los servicios de seguridad eran reemplazables –normalmente por sus adjuntos- de forma preestablecida. Sin embargo, hasta que eran trasladados, jubilados o sustituidos, ostentaban un poder importante. Así pues, la concesión de la legitimidad por parte de los altos dirigentes (normalmente el Presidente) se convirtió en el ingrediente clave para explicar el poder de iniciativa que los hombres fuertes del régimen retuvieron y ejercieron. Sin la bendición presidencial, las diversas agencias estatales carecían tanto de autonomía como de iniciativa. En tanto que convergieran las preferencias de los altos dirigentes y otros hombres fuertes del régimen, ambos eran poderosos; una vez que esas preferencias entraban en discordia, los hombres fuertes del régimen eran mucho más vulnerables y, por tanto, sustituibles.
Por consiguiente, mientras la crisis fue desarrollándose a lo largo de los dos últimos años, era inconcebible que pudiera ponerse en marcha un golpe de palacio o interno a la egipcia o a la tunecina. Además, las recompensas a conseguir con esas maniobras por los iniciadores del potencial golpe no estaban claras, o eran, en la mayoría de los casos, irracionales, considerando las dinámicas del conflicto, el legado abordado anteriormente y la opinión pública en relación a otros aspirantes al poder dentro del régimen. Parece que el núcleo de las elites se atrincheró aún más en la medida en que el levantamiento iba haciéndose más sangriento y brutal.
Es probable que este estado de cosas prosiga así hasta el mismo final, o justo un poco antes del mismo final. La palabra “final” aquí tiene que ser cogida con pinzas porque la caída del régimen podría abrir la puerta a una guerra civil más explícita entre las milicias en la cual los partidarios del régimen y los residuos de los aparatos de represión representen una parte importante. Así pues, uno no debería mezclar la “caída” del régimen con el final del conflicto, porque es probable que el faccionalismo interno dentro de la oposición produzca luchas por el poder, con o sin el bastión baasista.
El campo de batalla
El tira y afloja que presenciamos en los medios y más allá respecto a los avances del régimen y de la oposición ha llevado a muchos observadores o periodistas a registrar victorias prematuras y/o a hacer afirmaciones fantásticas, siempre en relación con el inminente triunfo de la oposición. Información más fidedigna ha desacreditado las exageradas afirmaciones acerca de los logros de la oposición en los últimos ocho meses. Decir algo más que eso es como llevar a los oyentes/lectores a un viaje de cuento de hadas. Al menos desde finales del verano de 2012, los avances territoriales más estratégicos de la oposición han sido limitados, con algunas excepciones, en relación con las bases del ejército, lugares de infraestructuras y aeropuertos provinciales, incluso en los últimos tiempos.
Sin embargo, Damasco, Homs y Hama han estado bajo el control del régimen la mayor parte del tiempo, a pesar de los recientes intentos de los rebeldes de recuperar zonas de Homs. Incluso en Alepo, donde la oposición ha estado intentando atrincherarse en una de las mitades de la ciudad, su situación no es aún estable. De hecho, la experiencia de muchos de los vecinos de Alepo ha afectado negativamente a la opinión pública en relación con el Ejército Sirio Libre y otros grupos de la oposición, en gran medida porque no han podido reemplazar los servicios del gobierno ni garantizar un mínimo de seguridad.
Las zonas rurales contiguas a Damasco están continuamente en llamas pero no hay avances significativos de ninguna de las partes. Damasco, considerada como la batalla final desde hace meses, está actualmente en gran medida bajo el control del régimen. Esta situación es probable que continúe así a corto plazo, pero no necesariamente mucho más tiempo, sobre todo porque el potencial aéreo del régimen está mermado y el armamento de la oposición es cada vez más sofisticado. Sin embargo, una presencia comprometida del régimen en Damasco es el comienzo de una larga batalla, cuyo resultado será cualitativamente decisivo. No obstante, las contingencias abundan y me temo que decir algo más es descender a la pura especulación en ausencia de información y de datos fiables.
Sin embargo, con el paso del tiempo, grupos islamistas o tipo al-Qaida, como Yabhat al-Nusrat y Ahrar al-Sahma, no sólo están ganando adeptos más intrépidos sino que cada vez están también mejor entrenados y disciplinados. Pero esos desarrollos constituyen un arma de doble filo: el creciente poder militar de esos grupos aumenta involuntariamente el poder político del régimen, a la vez que los actores regionales e internacionales hacen una pausa en respuesta a la supuesta radicalización de la oposición. A diferencia del amorfo Ejército Sirio Libre (Ejército Libre, ¿quién?), esos grupos tienen, como poco, una estructura de liderazgo autoritaria, líneas más claras de mando y control y una ideología. Observar el campo de batalla en Siria hoy en día exige tener en cuenta estas dos dinámicas: la del régimen-oposición en general, y diversos desarrollos de segmentación/armonización/división dentro de la oposición.
En cualquier caso, es complicado establecer aquí puntos de vista y pronósticos sobre avances y retiradas y ha habido una tremenda cantera de información y análisis irresponsables. Si alejamos la imagen en sentido figurado, la visión es más clara: el campo de batalla ha estado durante meses fundamentalmente marcado más por los atrincheramientos que por avances fundamentales de cualquiera de las partes. Es prematuro decir algo más que eso, o detenerse en la discusión alrededor de un enclave alauí al noroeste de Siria tras la caída anticipada de Damasco, o hablar de partición norte-sur.
La oposición
La fragmentación de la oposición ha puesto de relieve el contraste entre el poder del régimen y la debilidad de la oposición en sus dimensiones tanto externa como interna. Este hecho, unido tanto al precoz apoyo manipulador de actores externos como a la continuada brutalidad del régimen, empujó a la oposición hacia la derecha y creó un vacío de desesperación que llenaron los extremistas claramente excluyentes que ahora constituyen la punta de lanza de la oposición militar, cuándo no su núcleo. También abrió la puerta a la injerencia exterior. Esta rama bastante obscurantista de la oposición está causando algo más que confusión y agitación entre los diversos actores locales, regionales e internacionales. Cada vez más, los incidentes recientes revelan una tensión en aumento entre esos grupos y el denominado Ejército Sirio Libre (ESL). De forma destacada, el ESL, en la medida en que se le puede considerar una entidad corporativa, vio cómo su suerte se reducía rápidamente en los últimos meses de 2012. La falta de autoridad local y central en el mismo y el ascenso de las facciones militantes islamistas con profundas raíces regionales empezaron a inclinar la balanza, al menos en términos de coherencia organizativa, a favor de las facciones que no pertenecían al ESL. Esto reveló también la evolución del ESL, bastante suave y ad hoc, antes de su gradual desintegración como fuerza central a tener en cuenta.
Ya que la oposición externa no parece tener influencia significativa dentro de Siria, por el momento es menos importante saber si cuenta, y en qué medida, con el apoyo de poderosos actores regionales e internacionales. Un apoyo excesivo puede resultar contraproducente considerando su limitada influencia dentro de Siria, y un apoyo escaso está mal visto y se considera un indicio de falta de empatía y cosas así. En realidad, el focus del conflicto sigue siendo local, y el terreno local tiene mucho de caja negra que la información engañosa y/o pobre de los medios puede empeorar. Sin embargo, algunos continúan poniendo una influencia y peso excesivos en los grupos, coaliciones y dirigentes externos.
Rastrear y discutir la política de la oposición en el exterior produce retornos limitados. Ya sea el asediado y excepcionalmente dependiente Consejo Nacional Sirio (CNS) o la relativamente nueva Coalición de la Oposición Siria (COS), patrocinada por el Consejo de Cooperación del Golfo, su importancia actual en la trayectoria del conflicto se ha visto decididamente eclipsada por la batalla sobre el terreno en Siria y, ostensiblemente, por las discusiones en los pasillos de las grandes potencias en diversos lugares. Sin embargo, no debería desestimarse la COS –como muchos de nosotros hicimos, con razón, anteriormente con el CNS-, especialmente en relación con futuros escenarios en los cuales pudiera jugar un papel importante para equilibrar el poder de los vencedores del interior en caso de que pertenecieran a la variedad radical.
Finalmente, una cuestión importante que recibe poca atención de casi todas las partes (excepto en el interior de Siria) es la continua marginación de los grupos no combatientes del levantamiento sirio, lo cual es un mal presagio para los escenarios post-levantamiento. Aunque todos estos grupos continúan oponiéndose al régimen, la fealdad de la insurrección y la conducta de algunos grupos de la oposición están reduciendo el ímpetu de la oposición a favor de la inmovilidad en algunas zonas. El aspecto más importante aquí es que esta marginación del componente civil del levantamiento revela el alcance en el que todos los actores implicados en el mismo, especialmente los actores regionales e internacionales que hay detrás de las partes, están relegando la cuestión del logro de un auténtico cambio democrático en Siria. Me aterra pensar que esté artículo esté también desechando a esa oposición, sobre todo porque gran parte de lo que puede escribirse sobre ella desde fuera de Siria se limita a lo que desde allí se informa y esa información es relativamente escasa.
La sociedad siria: Al borde del abismo
No importa lo estrechamente que uno siga las noticias sobre Siria, es difícil obtener una imagen tridimensional de cómo le está yendo al pueblo sirio si no tienes algún tipo de vínculo con los que allí viven. Los que tenemos familia y amigos en Siria conocemos demasiado hasta qué punto este conflicto se ha cobrado su precio sobre sus habitantes por encima y más allá de las políticas implicadas. Nada mejor describe el estado de los sirios de a pie que la palabra agotamiento. Ya sea a través de los blogs, de informes internos, de entrevistas por la radio o testimonios directos, las implicaciones de la complejidad de la situación son indudables. Esto tuvo el efecto de reducir tanto las expectativas como el fervor entre amplias franjas de la población. La mayoría de los partidarios del régimen están ahora menos rabiosos y la mayoría de los defensores del levantamiento, dentro y fuera de Siria, son ahora menos inocentes acerca de la “revolución”, aunque se muestren dispuestos a seguir adelante.
La mayor parte de los rebeldes que no son islamistas aplazan tozudamente una discusión “interna” o crítica acerca de sus elitistas socios en la “revolución” hasta después de que caiga el régimen. Los no islamistas y antiislamistas de Siria están dejando para después esta tarea, como hicieron los laicos (una categoría ambivalente y polémica) que se unieron con el islamista Muhammad Mursi contra el candidato pro Mubarak Ahmad Shafiq en las elecciones presidenciales egipcias sólo para combatirle después. Excepto que la lucha en Egipto era, y aún es, de una magnitud más ordenada que la de Siria. Sostengo que también será así en el futuro.
A nivel más estructural, las fallas siguen en gran medida inalterables. Los grupos minoritarios se oponen abrumadoramente a la oposición, pero se han unido a los suníes influyentes de clase media alta urbana, estén o no directamente conectados con el régimen. Muchos en Siria continúan viendo este conflicto como el ascenso de los marginados contra los grupos y clases política y económicamente importantes, una posición que aumenta la suerte del régimen en las ciudades metropolitanas en la medida en que tal contraste se ve agravado por el desorden y radicalización de la oposición más que por consideraciones de clase. Esta visión pone a los grupos minoritarios en desventaja, incluidos los alauíes, en una situación en la que todos pierden, porque ellos, como comunidad, ni se han beneficiado de los antiguos acuerdos político-económicos ni es probable que se beneficien de los próximos.
A la inversa, como tanto el régimen como la oposición continúan avivando las llamas de las dimensiones sectarias del conflicto, la mayor parte de los suníes están firmemente afianzados en las filas de la oposición, pero con diversos grados de apoyo hacia las diversas facciones emergentes, como se señaló anteriormente. Es importante advertir contra la idea de considerar esas divisiones como una prueba de que este es un conflicto puramente sectario. Aunque esas afirmaciones parecen revestir más credibilidad a partir de los acontecimientos sobre el terreno, son aún muy reduccionistas y eliminan otras dimensiones del conflicto que son expresamente políticas, sociales, regionales (por tanto, internas) y económicas. Sin embargo, la carta sectaria ha sido tremendamente útil para ambos campos al movilizar a sus partidarios y reforzar sus tácticas del miedo. Aquello que se fabrica puede convertirse enreal muy rápidamente bajo las circunstancias adecuadas, pero también puede disiparse a su debido tiempo.
Finalmente, la suma total de las diversas divisiones que existen en la sociedad siria en términos de clase, secta, región, orientación política e ideología continúan trabajando a favor del régimen, a la vez que socavan formas efectivas de acciones conjuntas amplias contra él. Lo que exacerba esos rasgos tan ostensiblemente estructurales es el hecho de que durante varias décadas, los sirios no solían, o no se les permitía, organizarse políticamente. De ahí que el arte del compromiso se esté desarrollando y aprendiendo en una atmósfera volátil donde no hay mucho tiempo ni lujos para el compromiso. Las más de doscientas facciones que componen la oposición son a la vez un síntoma evidente de ello y una maldición para la oposición.
En el lado más humanitario, la mayoría de los sirios se hallan al borde del abismo a varios niveles: psicológico, emocional y económico. Ya sea por la muerte de más de setenta mil sirios o por los desplazamientos internos y la crisis de refugiados, así como por la crisis humanitaria interna que afecta a quienes ya no pueden valerse por sí mismos, los sirios se están aproximando a un límite invisible de espanto tal que sólo podría desembocar en mayor desesperación y violencia.
El escenario regional e internacional
No hay forma de describir con exactitud la posición real de los actores regionales e internacionales y sobre esto se ha escrito y vuelto a escribir mucho. Su conducta depende a menudo de una combinación de sus propios intereses, de los resultados esperados y de la posición de sus aliados.
Los regímenes del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) están cada vez más preocupados ante la posibilidad de que el enfrentamiento sectario y el islamismo radical pongan en peligro una subregión medio estable. De ahí la relativa retórica tibia de Qatar y Arabia Saudí y el apoyo reciente de la oposición, esto no significa en absoluto que el apoyo vaya a cesar. En realidad, bajo las circunstancias adecuadas –sobre todo si la mano del régimen se debilita-, ese apoyo se reanudará y superará los niveles anteriores. La mayoría de estos países están también afectados por la posición de EEUU en el conflicto, que asimismo se está moviendo dentro de una ambivalencia en pleno apogeo, o al menos pretensión de ambivalencia. Esta ambivalencia por parte de la administración estadounidense está motivada menos por el temor al enfrentamiento sectario y más por lo impredecible de la dirección del levantamiento y otras prioridades relacionadas con la política exterior de EEUU en los últimos tiempos.
Las preocupaciones por la “seguridad”* de Israel también juegan un papel nada despreciable, diluyendo aún más la retórica de EEUU. Esas preocupaciones van desde el temor a que las armas químicas caigan en manos “equivocadas” al nerviosismo ante el crecimiento de grupos del estilo de Yabhat Al-Nusrat. Sin embargo, a nivel más estructural, la preocupación de Israel está motivada por un Estado debilitado que no pueda proteger su frontera norte o vigilar suficientemente a sus ciudadanos para impedir la aparición de un grupo de resistencia parecido a Hizbollah. Yo llamo a este fenómeno “NIA” (nostalgia de Israel por Asad). Curiosamente, las preocupaciones de Israel terminan por suavizar las posiciones de los países conservadores del Golfo Arábigo. A Israel le gustaría un Estado y una fuerza militar que fueran lo bastante débiles como para no representar una amenaza real militar en años venideros, y un Estado que fuera lo suficientemente fuerte como para vigilar a su propio pueblo. Esto significa que una zona de imprevisibilidad es una fuente real de preocupación y cálculos continuos, y la situación siria está firmemente albergada en esa zona (*las comillas se refieren a la ironía de un Estado excepcionalmente beligerante que se preocupa por su seguridad y en el que la seguridad representa la continuidad de sus políticas racistas dentro de los territorios que controla).
Irán, a pesar de todas sus advertencias retóricas abiertas y silenciosas hacia el régimen sirio, tiene mucho que perder con el debilitamiento de ese régimen. Su posición es también la más clara y no ha variado mucho desde el estallido de la sublevación. Cabe destacar que Irán advirtió en varias ocasiones a Asad que no utilizara una violencia excesiva, sabiendo muy bien que no favorece a sus intereses tener a Siria envuelta en llamas. Turquía, por otra parte, estaba antes menos preocupada por esos resultados. Sin embargo, según ha ido pasando el tiempo, los dirigentes turcos comprendieron que no va a materializarse su previsión de una rápida caída del régimen, y que un conflicto prolongado con un régimen que está dispuesto a jugar la carta kurda en el noreste de Siria podría ser contraproducente. Sin embargo, inamovible al principio, la posición turca se ha ido suavizando últimamente, junto con la de casi todos los actores externos involucrados.
En cuanto a Rusia, uno no debe nunca perder de vista lo básico, i.e., que es poco probable que Rusia abandone al régimen hasta el último minuto y por tanto es probable que cada vez esté más interesada en un resultado que preserve un mínimo de poder del régimen y, por extensión, de su posición en el Levante. Aunque Rusia no va a cambiar de forma tangible su posición y apoyo hacia Siria debido a las consecuencias materiales que esto podría tener, puede cambiar su retórica para impulsar a Asad a una solución política. Hay muy poco que decir respecto a China, excepto que está desaparecida en combate desde su voto negativo en las Naciones Unidas en apoyo del régimen sirio. Su posición no ha cambiado visiblemente desde entonces y es probable que no cambie hasta, posiblemente, el último momento.
Conclusiones
La tragedia siria es precisamente eso: una tragedia de proporciones inmensas que sigue aumentando con cada semana que pasa mientras el Estado y el tejido social de Siria van gradualmente desgarrándose. A menudo nos perdemos en detalles estratégicos y analíticos, pero son las vidas las que se pierden sin cesar. Para todos aquellos que tienen un poder relevante, el problema está alcanzando tal magnitud que es difícil saber ya en qué dirección empujar para servir a los intereses de uno. Pero hay una cosa cierta: que no es probable que los grupos que detentan en la actualidad algún tipo de poder, dentro o fuera de Siria, estén al servicio de los intereses del pueblo sirio.
A los analistas, incluido yo, no van a absolvernos. Todos participamos en crear percepciones que moldean la realidad y, en ocasiones, la política. Sin embargo, son más frecuentes los errores que cometemos respecto a Siria que los aciertos, y hay una consecuencia directa cuando ajustamos nuestras interpretaciones de los hechos en contraposición a los legados, historia y concepción dinámica del campo del juego estratégico. Pero no todo es niebla u oscuridad.
Casi dos años después de la sublevación, el régimen no es tan fuerte como antes ni tiene todo el control en más de la mitad del territorio sirio, pero se mantiene. Sin embargo, ha perdido para siempre su capacidad para gobernar “Siria” como antes hizo, aunque no necesariamente su capacidad para moldear cómo Siria podría ser gobernada en el futuro si entre los hombres fuertes del régimen prevalecen las cabezas más frías. A este respecto, va precisamente en interés del régimen que prevalezcan. El período posterior a diciembre de 2012 vio un resurgimiento del vigor y confianza de ese régimen a nivel político y militar, así como señales de grave inquietud entre los partidarios regionales e internacionales del levantamiento. Esta situación no durará mucho tiempo más. Mientras esta ventana siga abierta, la pregunta es si el régimen se someterá a esta lógica (que podría ser, por ejemplo, el mejor escenario para preservar la seguridad de la comunidad alauí) o si la mezcla de embriaguez por un legado de décadas de poder y temor le llevará a combatir hasta la muerte. ¿Considerará el régimen el bienestar de la ahora asediada comunidad alauí, que, aunque injustamente, se la va a implicar en las décadas de represión del régimen? ¿Considerará que la lucha contra el imperialismo es el precio de preservar lo que pueda de lo que quede de Siria? ¿Intentará el régimen sirio proteger a Hizbollah de las implicaciones regionales de su caída total? Y lo más importante, ¿le ahorrará a Siria y a los sirios, así como a las capacidades militares del país, una lucha hasta la muerte (contra todos y todo)?
Todas las pruebas empíricas señalan el hecho de que esas han sido, en una época u otra, una prelación para el régimen sirio, pero no han sido prioridades incondicionales. Durante las pasadas décadas nada ha estado por encima de la supervivencia del régimen, y considerando su naturaleza cohesiva, siempre fue o todo o nada. Ya fuera en su inescrupuloso giro neoliberal desde las políticas laborales y redistributivas a las que favorecían a los rentistas y al capitalismo clientelista, o en la forma en la que el régimen destinó sus recursos, o su participación en la coalición internacional liderada por EEUU que empezó a destruir Iraq (no al régimen iraquí) en 1991, la lógica de la supervivencia era el objetivo supremo. Ahora tiene una clara oportunidad de ahorrarle a Siria más baño de sangre y preservar un mínimo del interés nacional si se decanta de forma decidida por una solución política real. El régimen sirio, y sus partidarios, no van a ganar nada de proseguir la lucha excepto una débil posibilidad de perdurar de alguna manera, una posibilidad que existe fundamental y exclusivamente en sus cabezas. Los debates acerca de adónde se encamina la oposición con su radicalización e islamización, y quiénes están detrás, deberían reforzar la necesidad de actuar de inmediato, sin retrasos ni abandonos.
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